jueves, 31 de octubre de 2013

Una mini ficción


  • Salvatore ven aquí, que papa se tiene que ir a trabajar!
  • El crio no está, se fue a jugar con el hijo de Manuel, ah ahí viene…
  • Papa, papa mirá lo que encontramos en la calle!
  • Qué lindo barco, después en cuanto vuelva los reparamos para que quede mejor, ahora tu padre debe ir a trabajar, un beso en la mejilla..
  • Adiós padre nos vemos pronto para repararlo!
Foto: Los muchachos del conventillo
agrupados para la manifestación de las escobas
(Caras y Caretas: 21 de Septiembre de 1907)
Mi padre, un hombre desalineado y corpulento, salía todos los días a la mañana y volvía muy tarde casi cuando yo ya me estaba durmiendo. Trabajaba en el puerto, nunca supe bien de que, a veces cargaba bolsas y otras tantas de limpieza. Lo que si sabía es que llegaba muy cansado y pocas veces me podía poner a jugar con él.
La vida en el conventillo transcurría normalmente. El olor a guiso invadía las habitaciones al mediodía y los niños jugábamos bajo el calor primaveral en las calles de ésta nueva ciudad.
Hacía tres meses que había llegado mi familia a Buenos Aires, pudimos encontrar asilo en un conventillo donde éramos minoría ya que predominaban las familias gallegas. Nos costó adaptarnos pero pudimos lograr una buena convivencia.
Mi madre, robusta y de ojos saltones, con su pañuelo blanco y su pollera llevaba adelante nuestro hogar. Su paciencia era infinita sobre todo porque yo y mis primos no parábamos de ponerla nerviosa. Recuerdo que cuando llegamos al conventillo, nos pusimos a jugar desde los balcones tirando naranjas a la gente que pasaba. Justo cuando entraba el cobrador se nos ocurrió que éste sería un buen blanco, todavía me duele la paliza que recibimos…
A pesar de las dificultades mi vida era bonita, me pasaba todo el día conociendo calles, lugares, personas, hacia los mandados y volvía a casa a la hora del baño para no enfurecer a mi madre. En el conventillo los baños eran compartidos así que si perdías tu turno o se acababa el agua caliente era un gran problema.
Una noche cálida, escuche a mis padres charlando sobre algo que me iban a decir. Estaba emocionadísimo - ¿tendrán algún regalo? Pensaba… Finalmente escuche el llamado de mi padre: -Salvatore ven aquí que con tu madre debemos informarte algo!

Despavorido entre a la cocina, pequeña pero acogedora y escuche a mis padres que me decían: - Salvatore mañana empezarás a ir a la escuela.
Ariel Rapp

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